viernes, 15 de febrero de 2008

EL AZACÁN DE TU MEMORIA

Aún recuerdo la primera vez que te vi. A pesar de que los recuerdos se acumulan y se amontonan ya de una forma desordenada, perdiéndose las fechas y los momentos entre las rendijas del tiempo, no puedo olvidar aquella tarde de primeros de septiembre, la luz se empeñaba en prolongarla y la oscuridad apenas sí podía imponerse para que llegara de una vez la noche. Bajé del tren con una gran maleta donde había guardado toda la vida que mis diecinueve años habían sido capaces de acumular.
Fue entonces cuando te vi a lo lejos, y ya en ese momento supe cual era la dirección que tenía que tomar. Poco a poco me fui acercando a ti, yo te miraba descaradamente, tú, con la mirada perdida a lo lejos, sin embargo me ingnorabas, hacías como si no me hubieras visto. Hoy estoy seguro de que ni siquiera te fijaste en unos jóvenes que llegaban como tantos otros, repitiendo el ritual y las formas que conocías desde siglos antes.
La arrogancia de un joven no podía dejar pasar tanta hermosura. Me dirigí a ti y ya de cerca pasé aquella primera noche mirándote primero, hablándote después. Hasta que el amanecer me sorprendió y las cuatro copas de más que llevaba no me impidieron tomar la decisión de quedarme.
Veinte años emplee en intentar conocer a una mujer con alma de ciudad o una ciudad con alma de mujer o tal vez las dos cosas a la vez y todavía me pregunto, si de verdad, alguna vez lo conseguí. Cinco días tardé en quedar enamorado de ti, y treinta años hace que te quiero día a día como todavía lo hago minuto a minuto.
Nunca estuve seguro de que me quisieras, ni siquiera hoy sé si alguna vez lo habrás hecho, si alguna vez, siquiera, te habras fijado en mi persona, y muchas veces en cambio estuve seguro de no encajar en tu carácter y en tu personalidad pero tengo que confesar que junto a ti he pasado los días más felices de mi vida.
Te quiero como se quiere a una mujer, desde los pies que mojas en el río junto al embarcadero de la casa del Diamantista, las caderas que mueves cuando paseas por la calle Ancha, tu estrecha cintura cimbreante subiendo por la judería, tu belleza serena en la plaza de Zocodover hasta que llego a tus ojos negros que lo divisan todo desde la torre de la Catedral.
Hoy después de tantos años solo te puedo decir que volvería a echar los alfileres a la Virgen de Alfileritos diciendo tu nombre, volvería a tañir la campana de la Ermita del Valle mientras te miro desde el otro lado del río y mis deseos de estar junto a ti, suben como plegarias. De nuevo cumpliría la promesa que hice ante el Cristo de la Vega y como hombre cabal, mil veces que marchara mil veces que regresaría para de nuevo sentir el abrazo de tus murallas. Hincaría, si fuese necesario, mi rodilla en la piedra blanca para que de nuevo me aceptes a tu lado y me dejes seguir soñando con ser el azacan que desde el rio sube con la esperanza de saciar tu sed.
Cuando el tiempo ya no tiene relojes que lo puedan sujetar te vuelvo a mirar desde lejos, como he hecho tantas tarde de mi vida, con la esperanza de que en cualquier momento aparezcas de nuevo solitaria y misteriosa por las sombras del Baño de La Cava y te sigo viendo igual de hermosa, igual de joven y es que no es el mismo tiempo el que nos acompaña a los dos o no son los mismos relojes los que nos marcan la vida. Fuiste la mujer madura que enamora a un muchacho. La Señora que se dejaba cortejar por un hombre deseoso de ofrecerle sus triunfos y su trabajo y ahora te has convertido en la joven bella y presumida a la que un viejo mira desde lejos como la cortejan otros más galanes , más hermosos y con más futuro. Pero te sigo queriendo.
Llegarán otoños que pinten de gris tu pelo y volveré a perderme, solo, por las callejuelas de los cobertizos inventando poemas tristes que sean capaces de llegar al corazón de una mujer que ha escuchado antes, palabras de Garcilaso, de Lope, de Calderón o del romántico Bécquer.
Llegarán primaveras llenas de color que verán como una mañana de Jueves tan brillante como el sol, salgo a buscar de nuevo a una muchacha, casi una chiquilla, que desde muy temprano pasea con sus mejores vestidos, adornada de flores y con el olor fresco del tomillo del amanecer, y soñaré siempre que vas de mi brazo mientras todos los que empiezan a llenar las calles nos miran con envidia.
Y llegarán inviernos y veranos y te seguirán queriendo, llegarán jóvenes que te querrán seducir, y amantes que te seducirán y mis cartas serán el recuerdo anónimo de un joven que como otros muchos, un atardecer de septiembre se enamoró de ti.

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