sábado, 6 de septiembre de 2014

LAS BARCAS

           

Al pie del torreón, justo enfrente del gran arco de salida, entre las cañas que crecen sin demasiadas ganas, siempre hay dos barcas atadas. Se mecen levemente en el agua que solo se despierta por el soplo tenue de la brisa. Las sujetas un fino cordel que esta enlazado a un ridículo clavo dormido en el cercano muro. Diría que si se soltaran siempre se quedarían allí. Que no sabrían a donde ir. Allí esperan el próximo viaje que llegará después del próximo invierno, y que será aplazado hasta que muera la primavera perfecta que alguna vez llegará.

Desde el ventanuco de mi celda, cada día compruebo que están allí a la mano de todos. Esperando al intrépido que las despierte, sin embargo las gentes pasa sin fijarse en ellas, nadie conoce a su dueño ni su sentido, y de esta forma una y otra vez, la invitación a la aventura se pierde noche tras noche, día tras día. Nunca, ninguno de los frecuentes prófugos del torreón que salen escondidos en las sombras, ha huido en ellas. Ninguno de los desarrapados que merodean esperando alguna limosna lanzada por los guardianes desde las almenas, ha intentado adentrarse en la búsqueda de un lugar distinto que nunca puede ser peor. Los mediocres señoritingos chupatintas, los altivos estudiantes de chupatintas, los aprendices de geometrías y programación digital pasan junto a ellas miedosos de que ese suelo se tambalee demasiado bajo sus pies y le descubra otras leyes más auténticas y menos firmes.

Ellas esperan eternas la furia de la tormenta, la emoción de los rápidos que se aceleren, sueñan con las alegrías de otras orillas. Con el atraque en los muelles de nueva york. Conocer los atardeceres rojos y amarillos de los grandes lagos. En el silencio imagino el reproche lastimero al que la hizo un día jóvenes, hermosas y atractivas a los cuerpos de enamorados que en ella iban a soñar mundos perfectos. Creo escuchar la queja lastimera del que enganchó el cordel oxidado en aquel clavo dormido. A los paseantes quejosos, arrasados por la vida, que la ignoran.

Desde el torreón veo dormir la libertad.

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