EL TIEMPO

 El Tiempo

Cuando uno se da cuenta de que el tiempo no se puede guardar, se le queda cara de sorpresa, es como si descubriera algo que todo el mundo sabe  pero que él no se creía.

Siempre tuve un aparato mágico para medirlo, me lo regalaron un día que yo vestía el uniforme de almirante de la armada británica.  Y aquel artilugio demostraba con sus vueltas y su sonido repetitivo que era inagotable, infinito. Incluso les confieso que le cogí gusto a hacer montoncitos y cuando tenía mucho acumulado  celebraba una fiesta donde encendía velas y todo el mundo se empeñaba en darme sus más sinceras felicitaciones.

Cuando la memoria interna la de uno mismo, esa que no se puede compartir con nadie  empieza a estar llena, piensas  que los recuerdos son como archivos zip, o rar  o que se yo, pero  entonces ellos se levantan en rebelión y  cada día cuesta más descomprimirlos. Y notas que cada vez, es más difícil  colocarlos en su lugar preciso, porque continuamente se abren y se despliegan solos sin orden ni concierto.  Pero nunca  los recuerdos son  auténticos ni siquiera reales. Entonces abandona uno los relojes y se refugia en los álbumes de instantes congelados.

Ante el vértigo irreprimible de la aventura de mañana me seduce más el vaiven melodioso de un baile  ya pasado, la conquista es derrotada por el premio recibido. Tan solo la prisa  me apremia ante esa copa que no entró a tiempo en esa borrachera prodigiosa que ni siquiera existió.

Y cuando a uno solo le queda el recurso de lo pasado  y ese intento de limpiar la conciencia con la justificación  puritana y a destiempo de los hechos, entonces me doy cuenta que de de todo el tiempo que se me escurrió entre la vida, los mejores momentos son los que estuve junto a ti.

Y no cambio ni un sueño irrealizado por aquellos minutos cabalgando, disfrutando la alegría de dar vueltas, montado a lomos de un caballito de madera.