lunes, 10 de septiembre de 2007

Parque de las culturas

Deja que te cuente una historia que ocurrió no hace mucho tiempo entre las flores de este parque que aquí ves.
Allá por los arriates del paseo central, cerca de donde la fuente levanta sus chorros de agua en un intento desesperado de dar un poco de alegría a las mañanas aburridas y solitarias, vivía una Rosa roja, su tallo no era demasiado largo, por lo que apenas se distinguía entre las demás flores del jardín, pero sus pétalos de terciopelo, tenían un color y un aspecto tan hermoso que sin duda era una de las flores más bella de todo el recinto. Era una Rosa nacida en Colombia y traída hasta aquí por esos caminos que la vida recorre y que nadie conoce antes de andarlos. Su color rojo intenso, su olor suave pero penetrante, sus pétalos aterciopelados, no habían pasado desapercibidos para ninguno de los habitantes del lugar, y cuentan que una mata de romero, que es boliviano, de los que crecen junto al camino de la entrada, había intentado envolverla en su aroma y le había pedido relaciones, pero que ella, sin darse por aludida no le hizo el menor caso. También comentan unos jazmines, de aquellos nacidos en Perú, que en las noches de la primavera se escuchan los suspiros que los enamorados de nuestra Rosa dejan escapar mirando a las estrellas y que muchos de estos, han perdido sus flores y su olor de tanto mirarla.
Un día, en un rincón de los más apartados, nació un Lirio, que joven y fuerte se estiraba sobre un tallo largo y cimbreante, el Lirio era un gitano, sus botas color corinto y sus medallones de marfil adornaban una figura morena de las que la luna amasa con cariño en las noches de invierno refugiada junto a la fragua de los caldereros y que luego en primavera suelta, ya morena, con un aire arrogante.
El gitano cuando vio a la Rosa se quedó prendado de ella, y sus paseos no iban a otro lugar que al arriate central, aquel cercano a la fuente. Y allí una mañana, con las gotas del rocío aun en sus pétalos, con los sueños aun en el recuerdo de la mente, le cantó una canción que hablaba de amor y de… te quieros. Y después le dijo un millón de requiebros y de palabras bonitas.
La colombiana, que el primer día que lo vio ya quedó cautiva por su figura y por su porte, intentó en aquel momento aparentar la máxima naturalidad, pero cuando el sol de media mañana calentó todos los rincones del jardín, los colores de su cara ya estaban encendidos como los corales, las gotas de rocío ya habían desaparecido y una sonrisa adornaba su rostro delatando una felicidad que nunca antes había sentido en su dura vida.
Desde aquel día siempre se les veía juntos, y nunca se había visto a un galán más orgulloso de llevar a su lado a una belleza sin igual, ni a una mujer más presumida de pasear junto al hombre que la hace feliz. Sus miradas, sus gestos, el tono de voz que empleaban no podían ocultar el ritmo de aquellos dos corazones que cuando estaban juntos se aceleraban de tal manera que el tiempo, ese que los relojes intentaban medir, ya no podía ser sujetado por dos manecillas y se escapaba a una velocidad imposible de frenar.
Cuando en los días de fiesta todos los amigos del parque se reunían para hacer deporte, para celebrar algo, o simplemente para charlar y recordar juntos aquello que quedaba lejos. Cuando los Geranios venidos de Ecuador, las adelfas que son de Brasil, los Jacintos que son dominicanos y todas las flores fueran del lugar que fueran, estaban reunidas y todas cantaban, bebían y comían lo que cada uno aportaba en esas reuniones. Ellos disimuladamente desaparecían y solo los vencejos eran capaces de saber que en el paseo que se pierde junto al estanque de los patos, en un banco discreto entre los arbusto que crecen algo mas altos, una pareja se habla de amor con palabra hermosas dichas muy bajito, junto al oído para que no se escapen y llegen más adentros.
Pronto pasó la primavera y atrás quedó las mañanas de marzo en las que los almendros y los guindos con sus flores tempranas, nos descubrieron que esas chinitas que trabajan en los bazares también son geishas de bellezas incomprensibles de unos salones de té que aquí no existen. Y el estallido del esplendor del parque decreció de manera muy lenta dando lugar a una lucha por la supervivencia. Cada vez era más difícil mantener la belleza pero nuestra pareja a pesar de lo dura que se le hacia la vida, a pesar de lo que tenían que luchar por sobrevivir, conservaron su frescura, incluso su encanto parecía aumentar con las dificultades.
En el verano se refugiaron en la zona mas fresca del jardín, junto al estanque, ocultos de un sol que parecía empeñado en acabar con su historia a base de desplegar toda su fuerza y de dejar caer su peso sobre todo ser viviente, hubo muchos habitantes del parque que no lo resistieron, pero ellos, escondidos en la maleza, refrescándose en aquellas aguas que les permitían mantenerse con vida, resistían durante las horas del día. Cuando llegaba la noche, acicalados y presumidos envueltos en el “blancor almidonado” de una luna que los protegía a pesar de sufrir la envidia de verse sola, mientras el gitano de sus desvelos suspiraba en el aire de aquella rosa joven, salían de su escondrijo y cogidos del talle daban paseos por los sueños que se reflejaban en las estrellas.
Algunas de estas noches acababan encaramados en la parte más alta del auditórium y desde allí, juntos, veían las películas que proyectaban durante los meses de verano y allí la Rosa descubrió que los besos de Brad Pitt eran de hielo picado. Y al Lirio el cuerpo de Agelina Yolie le parecía de cartón piedra.
Tal vez fuera allí donde tomaran la determinación de que este parque era demasiado pequeño. Tal vez fuera una película de aventuras la que les hizo ver que tenían que hacer algo para salvarse. Tal vez una película de espías les enseñó a pasar desapercibidos y tal vez una película de amor les dijo que merecía la pena intentarlo.
Las acacias, dicen que una tarde ya casi al anochecer vieron como un joven gitano, alto, moreno, con el pelo engominado y peinado hacia atrás, que calzaba botas de punta afilada, adornado con pulseras de oro y toda la arrogancia que los siglos han dado a su raza salía por la puerta que da a Europa. Iba solo, pero en el ojal de su camisa desabrochada, iba prendida una Rosa roja.
Los Olmos cuentan que ellos no vieron nada, pero si recuerdan como una tarde casi al anochecer una joven morena de ojos oscuros, de pelo negro hasta la cintura. De un porte y de una belleza que hacia mirar a todos los hombres, con pasos decididos y firmes de unos pies calzados con tacones altos, salía del parque por una puerta de Europa, su sonrisa era tan hermosa como ella misma y el lirio que llevaba en su pelo, le daba un aire de reina que ya quisieran para si, muchas monarquías.
No sé nada más de estos dos jóvenes, pero otro día si tienes paciencia y ganas, sí te puedo contar muchas más historias y seguro que las Adelfas, que en realidad son brasileñas podrían contar las suyas, O los chilenos del paseo de los chopos, o los argentinos del paseo de las Acacias. Porque aquí, a lo largo de estos paseos, Las tardes de los domingos cuando todos se reúnen para cantar, charlar y divertirse suenan historias de la Patagonia, del caribe, del África profunda, de todos lados. Por eso yo, al que los años me han hecho ser de cualquier lugar, a este jardín que aquí ves, le llamo el Parque de las Culturas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Enhorabuena por tu blog. Es una buena manera de comunicarse ahora que todos estamos a pié de ordenador.

Yo no tengo tiempo pero sobre todo no tengo imaginación para crear un blog, aún así y puesto que pides sugerencias, sólo se me ocurre que podrías añadir una música de fondo...

Un saludo. Julia.