El verano pasa de la forma más lenta posible, las tardes se suceden unas a otras sin ningún signo que las haga diferentes. Las siestas aparecen sin que nadie las busque ni nadie las ahuyente, pero siempre cerca del aparato de aire acondicionado. La vida entera se desarrolla alrededor de la maquina que como un milagro logra enfriar el aire y nos hace olvidar el calor sofocante que hace fuera de esta isla en la que se convierte la sala de estar. El sillón de orejeras que en otros momentos sirve para ver la televisión o leer un libro, ahora, junto con un taburete colocado de forma estratégica para descansar los pies sobre él, sirve para sestear durante todas las tardes.
Allí fluyen los sueños, los que desconectan el cerebro y los que lo activan desatando la imaginación y atrayendo a borbotones los recuerdos. Ambos se suceden sin que yo haga ningún esfuerzo para favorecer a uno u otro, incluso la mayoría de las veces ni siquiera soy conciente de si estoy dormido, sueño o estoy hundido en los recuerdos.
No sé porqué, aquí y ahora, distingo entre soñar o recordar cuando ambas cosas son lo mismo, tan solo cambia el tiempo, en una, imagino como me gustaría que sucedan las cosas y en otras como me gustaría que hubieran ocurrido. Pero ambas son tan reales como mi imaginación que las produce. Tal vez sea porque cada vez vienen con más frecuencia las escenas del pasado, cada vez me atrae más imaginar lo que ya no sé si sucedió o simplemente me gustaría que hubiese sucedido.
La crueldad de la juventud no es que se vive sin conocimiento sino que además se recuerda toda la vida. Entonces con la excusa de que quedaba mucho tiempo para rectificar cometí errores que pesan en mi alma como una losa cada vez que pasan por mi cabeza en un ir y venir de recuerdos o de nostalgia.
Que lejos quedan ya aquellas tardes de verano, donde las horas no eran otra cosa que lo que faltaba para encontrarnos todos los amigos al anochecer y donde ese tiempo no se empleaba en otra cosa que en soñar con que ella estuviera entre ellos, Todo eran fantasías de palabras dichas con doble intención, de encuentros casuales donde la casualidad no existía. Eran tiempos de esperanza, de corazones rotos curados con una mirada o unas frases cariñosas. Cada tarde preveía el fin del mundo cuando llegara la noche y cada mañana enseñaba un nuevo camino por el que deslizarnos sin freno.
En el equipo de música, dentro de la penumbra que envuelve toda la habitación y la propia existencia, suena el tango Nostalgia, canta una voz ronca, rota, quizás por el paso del tiempo o tal vez por los Wisquis bebidos a lo largo de ese tiempo, y poco a poco esta inunda todas las células de mi cerebro. Nostalgia de tantas cosas, tantas gentes. Que oportuno ha sido el Disk jockey, de los trescientos cincuenta millones de canciones en castellano ha tenido que escoger esta.
Allí fluyen los sueños, los que desconectan el cerebro y los que lo activan desatando la imaginación y atrayendo a borbotones los recuerdos. Ambos se suceden sin que yo haga ningún esfuerzo para favorecer a uno u otro, incluso la mayoría de las veces ni siquiera soy conciente de si estoy dormido, sueño o estoy hundido en los recuerdos.
No sé porqué, aquí y ahora, distingo entre soñar o recordar cuando ambas cosas son lo mismo, tan solo cambia el tiempo, en una, imagino como me gustaría que sucedan las cosas y en otras como me gustaría que hubieran ocurrido. Pero ambas son tan reales como mi imaginación que las produce. Tal vez sea porque cada vez vienen con más frecuencia las escenas del pasado, cada vez me atrae más imaginar lo que ya no sé si sucedió o simplemente me gustaría que hubiese sucedido.
La crueldad de la juventud no es que se vive sin conocimiento sino que además se recuerda toda la vida. Entonces con la excusa de que quedaba mucho tiempo para rectificar cometí errores que pesan en mi alma como una losa cada vez que pasan por mi cabeza en un ir y venir de recuerdos o de nostalgia.
Que lejos quedan ya aquellas tardes de verano, donde las horas no eran otra cosa que lo que faltaba para encontrarnos todos los amigos al anochecer y donde ese tiempo no se empleaba en otra cosa que en soñar con que ella estuviera entre ellos, Todo eran fantasías de palabras dichas con doble intención, de encuentros casuales donde la casualidad no existía. Eran tiempos de esperanza, de corazones rotos curados con una mirada o unas frases cariñosas. Cada tarde preveía el fin del mundo cuando llegara la noche y cada mañana enseñaba un nuevo camino por el que deslizarnos sin freno.
En el equipo de música, dentro de la penumbra que envuelve toda la habitación y la propia existencia, suena el tango Nostalgia, canta una voz ronca, rota, quizás por el paso del tiempo o tal vez por los Wisquis bebidos a lo largo de ese tiempo, y poco a poco esta inunda todas las células de mi cerebro. Nostalgia de tantas cosas, tantas gentes. Que oportuno ha sido el Disk jockey, de los trescientos cincuenta millones de canciones en castellano ha tenido que escoger esta.
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